ENTREVISTA


LA ESENCIA DE UN ESCRITOR 




Guadalupe Escobar y Sofía Alejandra Sánchez
Estudiantes de Letras- Instituto Joaquìn V. González

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  EProfesor para la Enseñanza  Primaria  y Profesor en Letras. Con un gusto por la literatura desde los nueve años, Ángel S. Pinedo publicó diversos trabajos que incluyen poesía y narrativa: Eclipsario (2006), Feria de las Irrealidades (2007), Desde el barro (2009), El eco de las Horas (2016), entre otros; obteniendo por ello numerosas distinciones.

A continuación, compartimos la entrevista realizada el viernes pasado, en un típico bar porteño de Caballito, donde el autor habló de todo y nos mostró sus distintas facetas (músico, docente y escritor), con una suave música de fondo, que supo acompañar cada palabra, entre sorbo y sorbo de café. 

¿Recuerda a qué edad escribió su primer cuento o poema?


Sinceramente, no lo recuerdo con exactitud. Pero creo que mi primer contacto significativo con la escritura creativa, más allá de las propuestas escolares, fue a través de la música. 

Yo estudiaba guitarra -tendría nueve o diez años-, cuando, paralelamente al estudio de ese instrumento, comencé a escribir algunas canciones a partir de mis intereses o de los intereses propios de la edad. Como, por ejemplo, el primer amor, la amistad o cualquier tipo de situación en particular que me hubiera ocurrido en ese momento. Eran composiciones muy sencillas, por supuesto. Sin embargo, mirando hacia atrás, y ahora que lo pienso, probablemente, ése haya sido el comienzo.


¿Era un buen estudiante?

En la escuela primaria, podría decirse que sí, que fui un buen alumno. Pero en la secundaria, no; mi paso fue mucho más accidentado. Producto, seguramente, de los pormenores de la adolescencia. Además no me atraían para nada las materias del Comercial. A esa altura, yo ya leía bastante. Habían llegado a mis manos los poemas de Oliverio, de Vallejo, de Whitman, de Pizarnik y de Gelman. Y, sin entenderlos del todo todavía, me habían sacudido. Y estaban lejos, muy lejos, para mí, de los impuestos, la contabilidad, la estenografía, la matemática financiera y la administración de empresas que me ofrecía el Comercial. No, definitivamente, eso no era para mí. A pesar, debo decirlo, de la paciencia y comprensión que me tenían los profesores.
Sin embargo, al terminar el secundario, después de trabajar casi tres años temporalmente como obrero en distintas fábricas de camperas y calzados, ingresé en el magisterio. Fui allí donde me sentí a pleno y, en consecuencia, mi relación con el estudio también cambió. Y más aún, cuando realicé el Profesorado en Letras. Ahí, mi desempeño fue muy bueno. Era realmente lo que me gustaba. 

¿En qué momento usted decidió publicar y dejar de ser dueño de aquello que escribía? 

Publiqué mi primer libro cuando estaba estudiando el profesorado de Educación Primaria. Hasta entonces sólo escribía para mí, como satisfacción personal. Pero Beatriz, una profesora de Literatura Infantil que tuve en ese momento, me propuso hacer algo distinto: realizar una publicación breve para compartir con mis compañeros del profesorado. Y eso me animó. 
Armamos una especie de editorial precaria, con los instrumentos tecnológicos que teníamos en aquella época, que distan mucho de los que hay ahora. Fue de manera muy casera, me acuerdo que un compañero -Gabriel- tenía una computadora muy viejita, y yo en ese momento escribía en máquina o a mano. Él me pasó lo que yo había escrito a su computadora, después llevamos ese material a una imprenta e hicimos una especie de autoedición. La presentamos ahí, en el profesorado, y ese fue mi primer libro publicado. Casero, experimental, con los errores lógicos de haber trabajado de esa manera, pero ese fue el punto de partida. 
Después, con los años, ya vinieron otro tipo de trabajos. La vida me contactó con editoriales pequeñas e independientes, donde ya se podía profundizar el trabajo de edición y trabajar de otra manera. 
Por eso, aunque hubo otros, me gusta decir que mi primer libro fue Eclipsario, un libro de poemas, publicado por la Editorial Tierra, en el año 2006. Me parece justo que sea así, debido a que mis publicaciones anteriores fueron mucho más caseras, imperfectas y experimentales, dentro de una etapa de formación y aprendizaje.
A partir de ahí, de Eclipsario y de que me asocié a la Sociedad Argentina de Escritores, las presentaciones pudieron tener otro alcance y cruzar un poquito la barrera del círculo de amigos. Quizá venía alguien desconocido y opinaba sobre lo que había leído y había otro tipo de devolución, muy distinta al comentario que podía hacer cualquier otra persona cercana, que siempre hablaba de la mano del cariño y del afecto. Bueno, ahí empezaron a llegar las primeras miradas más objetivas, por así decirlo. 

¿Cómo se sintió cuando recibía esas miradas más objetivas? 

Cuando uno escribe, tiene una pretensión determinada. Es decir, trabaja sobre un lector ideal. Uno dice: “Escribo para lograr tal efecto”. Pero lo que ocurre no es eso. En realidad, esa pretensión u objetivo planteado en cuanto a cómo lo va a recibir el lector, después se da totalmente distinto. Y el lector termina descubriendo cosas que ni siquiera el propio autor se imaginó. 

¿Su familia le ayudó en la decisión de publicar tus trabajos? 

Yo abrazo el acompañamiento de mi familia. En muchos casos ocurre que uno tiene cierta predilección por un trabajo artístico determinado y simplemente lo consideran un hobbie, como algo que no va a dar rédito en el futuro, entonces no es tenido en cuenta. Te dicen: “Mejor seguí estudiando u ocupate de esto, porque triunfa uno en mil”. En ese sentido, yo no tuve ese problema, mi familia siempre me acompañó y me apoyó. Inclusive, recuerdo que cuando comencé a hacer mis primeros trabajos, trabajos de horas y horas, en las que necesitaba concentrarme y apartarme un poquito del mundo, cada vez que venía alguien a buscarme o me llamaban por teléfono, mi papá o mi mamá le decían: “No, mirá, ahora no te puede atender porque está trabajando”. Eso para mí fue fundamental, que considerasen el acto de escribir como un trabajo, era decir mucho. ¡Qué más apoyo se puede pedir! 

¿Cuánto tiempo le dedica a la escritura de un texto? 

Mucho. Cuando aparece una idea, primero, suelo madurarla en mi cabeza durante algún tiempo. Y luego escribo la frase o el verso que puede dar comienzo al cuento o al poema en un borrador, para no olvidarla. Es como una llave imaginaria para mí, fundamental e imprescindible, que vuelvo a utilizar una vez que la idea inicial está más clara. Recién ahí empiezo a tipear y desarrollarla, cuando tengo un punto de partida y un posible punto de llegada. Esto puede llevar días, semanas o meses de escritura y reescritura. Hasta que, finalmente, un buen día uno se da cuenta de que el texto está terminado.

¿Y cómo se da cuenta de eso?

Leyéndolo varias veces: en silencio, en voz alta, lenta y comprensivamente. De este modo, uno trata de verificar que las piezas estén bien acomodadas. Aunque esto no siempre se logra, está claro. Todos mis textos son perfectibles. Y algunos más que otros. Muchas veces, inclusive después de editado, uno descubre fallas. Errores propios o ajenos; humanos o producto del diccionario o del procesador de textos. Pero creo que es inevitable, eso también viene con el combo.

¿Disfruta más escribiendo poemas o relatos? 

Me sale más fácil el texto poético, lo tengo más internalizado, quizá es por la música, por ese comienzo que tuve o la relación que tengo con ella, con el tema del ritmo, las pausas y lo sonoro, me sale más fácil. En los relatos tardo más tiempo. Pero me gusta mucho trabajar con el universo de lo fantástico, entonces, lo tomo también como un desafío, como un recreo de la poesía, un recreo bienvenido de la poesía. 
Me gustan las dos cosas, pero la forma de trabajar es distinta. Puedo estar meses trabajando un relato. En cambio, la poesía es más impulsiva; aunque después tenga que corregir el texto, el primer borrador sale mucho más rápido.

¿Quiénes son sus autores o sus referentes literarios?

¡Uf! ¡Qué pregunta! Aunque sé que la elección es difícil y arbitraria. Puedo nombrar a Cortázar, Borges, Fuentes, Bioy Casares, Abelardo Castillo, Rulfo, Quiroga, Poe... pensándolos como grandes cuentistas o narradores. Y a Olga Orozco, Oliverio Girondo, Vallejo, Pizarnik, Gelman, Neruda, Whitman, como mis referentes en poesía. Aunque, más allá de esta lista americanista, siempre tengo presente y me nutro de otros autores, de distintas órbitas; clásicos y no tanto, donde puedo incluir a Kafka, Lorca, Stevenson, Saramago e, inclusive, a Paul Auster.

¿En qué momento del día escribe?

Generalmente, lo hago por las noches. En especial, los fines de semana o cuando estoy de vacaciones. Me es imposible escribir en otro momento, al menos por ahora, por el trabajo y porque tengo hijos pequeños.

¿Necesita preparar el ambiente o hacer algún ritual en particular?

No. Sólo necesito un poco de silencio. Y estar en mi cuarto de trabajo, que está ubicado en la parte de atrás de la casa. Allí tengo todo lo que preciso: una silla cómoda, la computadora, lápices, hojas, impresora, etc. Es el lugar ideal. 

¿Cuáles son sus temas preferidos?

Cuando escribo poesía no tengo predilecciones, trabajo sobre lo que me moviliza en ese momento particular de mi vida. Pueden ser temas relacionados a cuestiones sociales, históricas, existenciales, literarias, religiosas o familiares. El tiempo, la muerte, el desamparo, el amor, la soledad, el vínculo con la palabra... Nada nuevo. Todo se puede cantar. Y muchas veces no elijo. La motivación llega y allá voy, sin preguntarme el por qué. En cambio, en narrativa, debo admitir que tengo cierta inclinación por el género fantástico. A pesar de que he intentado con otros géneros, el fantástico siempre vuelve. Y siempre está ahí: presente. 

¿Sigue con la música? 

En algún momento tuve una banda, hicimos presentaciones, pero bueno, ya hace cinco, seis años que no estoy en ninguna banda, pero de vez en cuando, agarro la guitarra y me doy pequeños gustos hogareños. 

¿Le ronda la idea de musicalizar sus poemas? 

A veces hacemos presentaciones compartidas donde hay una banda determinada que me invita a recitar algo, mientras ellos le ponen a mi texto una música de fondo. Inclusive creo que hay algo de eso en YouTube dando vueltas. Es una manera de ayudarnos mutuamente: ellos vienen a mis presentaciones para hacer un segmento musical y yo, como devolución, suelo participar de sus presentaciones en vivo con algún recitado.

¿Qué es la esencia para usted? 

En mi opinión, la esencia es como un vértice misterioso que está ahí, y que trabaja sobre todas las cosas. Es eso que uno intenta descubrir, y que nunca llega a descubrir del todo.
Fundamentalmente en la poesía, es intentar atravesar ese umbral que nos lleva más allá y que sirve como condimento literario para trabajar las cosas con mayor profundidad. 

¿Y la trascendencia? 

La trascendencia tiene más que ver con lo metafísico, algo que está muy trabajado y presente en la literatura. En cualquier relato heroico, por ejemplo, hay un momento donde hay un cambio metafísico, un punto de inflexión, donde el personaje principal desciende, se transforma y asciende de otro modo. Yo creo que la trascendencia tiene que ver con ese cambio, que provoca una variación imprescindible para la resolución del conflicto y cambiar el rumbo de los hechos o de los acontecimientos.

¿Cree en el fanatismo? Por ejemplo, hacia un escritor. 

Fanáticos hay. De hecho Stephen King ha abordado este tema en Misery, donde un lector toma como prisionero a su escritor preferido, a su ídolo. También lo tenemos en la música: a John Lennon lo mató un fanático. Fanatismos hay. 

¿Pero es bueno el fanatismo? 

Yo no creo en los fanatismos, al menos desde mi punto de vista. Creo que el exceso termina siendo malo. Yo tengo escritores que admiro profundamente, sin embargo no me considero un fanático de ellos. ¿Por qué? Porque a veces la mirada se empieza a transformar de tal forma, de tal modo, que uno pierde la objetividad, y la subjetividad también, en el análisis que uno haga con respecto a ese músico o escritor. Trato de no llegar a ese punto. Pero fanáticos, sí, hay. De hecho tengo un relato que aborda el tema, que es La firma de Saramago. Parodio un poquito ese tema del fanatismo. Trabajo a partir de una situación real que me tocó vivir, que es verdad, o sea, conocí a Saramago cuando fui con un grupo de alumnos a una conferencia que él daba y que en ese momento, por egoísmo, por admiración, tenía un montón de libros para darle a firmar y sin embargo, opté para que firmara el mío. Porque no iba a tener otra posibilidad (de hecho no la tuve) de que me firmara Saramago una novela que yo admiraba, que era Intermitencias con la muerte. Fue una situación que ameritaba ser contada.

Hay otro de sus textos que dice que los libros se suicidan… ¡Defensa! –un cuento que forma parte de Prosa Compacta-. ¿Qué puede decirnos al respecto? 

Yo creo que a todos nos pasa, ¿no? En las bibliotecas tenemos libros olvidados. Es como personificar al libro, darle una identidad y que él pueda defenderse ante el olvido… Uno compra un libro, lo deja ahí y permanece en su paquetito o en su envoltorio y pueden pasar años sin que uno lo vuelva a tocar, lo ignora por completo. A veces esos libros son heredados y uno dice: “Bueno, en algún momento lo voy a leer”. Y quedan ahí. A veces son regalos. A veces uno los ve, como dice en el relato, en las mesas de saldo, ¡que tres por uno, cuatro por…! ¿No? 
Por eso me pareció que estaba bueno hacer una defensa, personificar al libro y decir: “Pobrecito, pobrecito de mí que nadie me lee”. “No me dejen caer” “Ustedes pueden salvarme”. “Ustedes pueden hacerlo”.

¿Qué significa la docencia para usted? ¿Qué representa la escuela en su vida? 

Ser docente para mí fue una vocación que descubrí y que hoy es parte esencial de mi vida, hablando de esencia. Yo había estudiado en un secundario que obtenías el título de Perito Mercantil con Especialización en Prácticas Impositivas. Y bueno… cuando estaba terminando un amigo me dice: “Che, yo voy a estudiar magisterio. Mirá que está bueno”. 
La verdad es que no había tenido mucho contacto con la docencia, con la práctica docente. Y dije: “Bueno, vamos a probar”. 
A partir de ahí, con el tiempo, se me empezaron a acomodar las cosas. Y lo asumí con alegría. De hecho hice el profesorado de Primaria, después hice el profesorado de Inicial y, finalmente, terminé haciendo el profesorado en Letras -que era el objetivo mayor-. 
De esa decisión inicial, ya han pasado casi veinte años. Y no me arrepiento. Es una profesión que me ha dado muchas satisfacciones y que hago con mucho placer. 
Sábato decía que la fidelidad a la vocación es la que define el privilegio de vivir en libertad. ¿Cuándo uno es libre? Sin duda, cuando uno logra hacer lo que le gusta. Y a mí lo que me gusta, entre otras cosas, es leer, escribir y enseñar.

¿Cómo lleva esto de ser docente y escritor? 

A través de la lectura y la escritura, uno se enfrenta a los problemas que también se enfrentan los alumnos. Y busca posibles soluciones que en algún momento buscarán los alumnos. Entonces, en tanto uno más se comprometa con la lectura y la escritura, más herramientas y más experiencias va a tener para poder transmitírselas a los alumnos. Esa experiencia es válida: forma parte de un aprendizaje propio, pero también, de un compromiso para darle al alumno otro tipo de herramienta, que tiene que ver con un compromiso literario y un compromiso de lector-escritor.
Yo creo que el docente tiene que tener sí o sí un compromiso como lector y un compromiso como escritor. No digo que tenga que ser poeta o narrador, digo que tiene que comprometerse a escribir con distintos fines. Es ahí cuando uno tiene realmente una mirada objetiva sobre las relaciones, sobre los conflictos que existen entre las palabras, y sobre los desaciertos que uno tiene al escribir. Cuestiones a las que debe enfrentarse el docente, para luego poder trabajarlas con los alumnos.

¿Qué libro le hubiese gustado escribir? 

Muchos. Muchos. Muchos. Elegir uno es difícil. Tengo tantos… Rulfo escribió dos libros que para mí son excelentes: Pedro Páramo y El Llano en llamas. Son dos librazos. Una obra realmente breve, pero contundente. 
Cualquier libro de Cortázar. Muchos de los libros de Juan Gelman, para poner un ejemplo en poesía. Pero hay muchos, hay muchos. Hay libros que uno cree que son posibles de escribir desde su pequeño mundo, y hay otros que parecen inalcanzables por la calidad literaria que tienen, el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, por ejemplo. Creo que por más esfuerzo que ponga nunca voy a alcanzarlo, y así innumerables: Borges, Saramago… Me fascinan esos escritores que tienen la capacidad de transformar y proponer una forma distinta de lenguaje, y Saramago es uno de ellos, modificando la puntuación, no sólo proponiendo un tema sumamente interesante, sino a través de su propuesta literaria y discursiva. Propone algo innovador. Cualquiera de esos libros, o poner dos o tres adjetivos borgeanos, cualquiera de esas cosas me hubiese gustado. Sin duda alguna. 

¿Algún deseo como escritor? 

Deseo poder seguir escribiendo. Poder encontrar ese libro… poder llegar a esa obra a la que uno aspira, y decir: “Ésta es mi mejor obra”. 
Sin embargo, creo que esa piedra se va corriendo. Uno escribe y cuando escribe, dice: “Publiqué este libro... y creo que este es mi mejor libro”. Pero al ratito dice: “No”. Porque surge una nueva idea y sobre ésa hay que trabajar. Y del libro anterior ya casi ni se acuerda. Y eso es lo que lo mantiene a uno permanentemente activo. 
En definitiva, mi deseo es seguir caminando, motivado por esa utopía. Seguir escribiendo, hasta que el alma diga lo contrario o se apague el fuego.




Ciudad de Buenos Aires
6/08/2017 

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