Poema del perdón
No tengo miedo.
Ahora que sé
que nunca supe ni he sabido ser
los pies que sin razón
me han entregado.
Ahora
que he plantado mi bandera
sobre esta tierra infértil,
que me he tejido así,
rabiosamente,
entre las sombras innegables.
Ahora que sé
que he corrido el mismo tren,
atravesando el mismo espejo,
una y otra vez, sin alcanzarlo.
Ahora que entiendo
que no he sabido ser
no más que esto,
apenas un simple ladrón
de pequeñas ilusiones,
mariposas de colores
y estrellas inventadas;
que me he quemado los ojos
cada noche,
de tanto mirar el cielo
sin encontrar las respuestas.
Ahora que veo mis manos
y descubro que he sangrado,
que puedo decir que he llorado,
y que eso no me hace
menos hombre,
sino un poquito más humano.
Ahora que sé que quise todo,
pero que hoy me conformo
con ser tan sólo un don nadie.
Que he aprendido a ver el sol,
ensuciándome en el barro.
Ahora que sé que volvería
a equivocarme como un tonto,
en lo que alguna vez
me equivocado.
Por favor, excúsenme,
amigos míos,
por haberlos defraudado.
Si es que acaso nunca fui
ni tampoco supe ser
lo que ustedes han querido.
Por favor, excúsenme,
yo se los pido,
si eso es justo y necesario.
Al fin y al cabo,
en esta noche de insomnio,
abrazando la belleza
de esta niebla,
yo también los perdono.
Los perdono,
simplemente,
por haberme perdonado.
*De CONJURO VERTICAL
Derechos reservados
Destinos
Ha muerto una palabra en esta sala.
Su último aliento
aún resiste ante los ojos posibles que la lloran.
Mírenla bien,
ese vacío inquieto es todo lo que tiene ahora.
Parece que no hay más para decir,
está acabada.
Aunque la sangre seca que la cubre
no significa nada (ella lo sabe, y ellos también).
Pues, tarde o temprano,
entre las sombras del silencio
y ante los ojos incrédulos de sus propios asesinos,
esa palabra,
como un cuchillo
que se clava en el corazón de su destino,
recobrando sus fuegos, sus llantos y sus vidrios
(pero, esta vez, sin miedo alguno),
esa misma palabra.
juntando su verdad aunque sea en pedacitos,
sabiéndose, sin duda, un canto indeclinable
y envuelta en el delirio
que es la única verdad total e insospechada,
esa palabra, esa misma palabra
como si fuera un pájaro rabioso
rompiendo las mentiras cosechadas,
llena de lodo,
sacándose la mugre que carga en sus espaldas,
esa palabra, sí,
estoy seguro,
le duela a quien le duela, le caiga a quien le caiga,
esa palabra (digo y respiro con alivio),
haciendo su revolución entre migajas,
esa palabra,
esa misma palabra,
susurrándole al oído a aquéllos que la creían derrotada,
esa palabra,
con esta lengua, y en esta casa,
yo se lo juro,
esa misma palabra,
hoy volverá a nacer.
*De CONJURO VERTICAL
Derechos reservados
Las piedras
renuevo la esperanza.
Hay una voz que late
como una flecha envenenada en medio del desierto:
“No comeremos de las piedras el día de mañana”
(pienso y aúllo, igual que un lobo, desesperado, en mi refugio).
¿Es un deseo? ¿Una promesa? ¿O una señal de alerta,
que ahora, entre la niebla, toma forma de conjuro?
Sea lo que sea, me aferro a ese eco que brota en la garganta,
desatando la dureza de los nudos.
“No, no comeremos de las piedras el día de mañana”.
Porque prefiero la palabra ante la piedra,
cuando la piedra sólo busca hacerse en muros
y no sirve para dar cobijo y casa.
“No comeremos, por cierto,
de todas y cada una de las falacias,
que cada día,
como si fuera leche fresca,
nos imponen las pantallas”.
“No comeremos de esa bruma”.
“No comeremos nunca,
olvidando que hay una memoria ahí,
bien cerca,
que siempre nos alerta y nos reclama”.
“No comeremos de los miedos”.
“No, no...”
Porque prefiero una canción,
este color, tu voz,
el río,
el libro escogido,
apenas un poema.
Prefiero la implosión que me provoca
ese fulgor incuestionable,
mientras se escapa de los dedos
la arena del tiempo, ese misterio
curioso y singular
de andar sobreviviendo este país,
este planeta.
Prefiero esto,
la palabra resistiendo -y siempre terca-
y no la sombra en sombra de los muertos.
Porque nunca,
jamás,
volveremos a comer,
igual que ayer,
de la misma carne amarga
de las Piedras.
*De CONJURO VERTICAL
Derechos reservados
La osadía de las flores
las frágiles semillas, sedientas
que se hinchan, se parten y se expanden
como si fueran un oasis de almas silenciosas.
Y todavía laten, muerden la tierra sus raíces,
escapando del bullicio y el temblor
de una ciudad, que casi siempre las ignora.
Mientras sus tallos crecen, buscando el sol,
para forjar en luz el verde tibio, cálido alivio
que abrazará la carne tierna de sus hojas,
con la esperanza de poder mostrar,
frente a la aurora, la sólida belleza,
de todos y cada uno, de sus fuegos de colores.
Y así explotar de lleno, una vez más,
en el desierto avaro de los hombres.
Porque, a pesar de todo, aún se sienten vivas.
Cantan, rompen su cascarón con alegría.
Juegan, se visten de fiesta al llegar la primavera;
se desnudan en otoño, y se abrazan en verano
a los muros uniformes de esas casas viejas.
Porque todavía resisten, sueñan, revolucionan.
Y todos los días se reinventan.
Ésa es, sin duda, la osadía.
La increíble osadía de las flores.
*De CONJURO VERTICAL
Derechos reservados
Pesadillas
igual que un niño
perdido en medio de la noche,
cuando de pronto un viento helado
se me instaló en el alma
rompiendo los cristales de mi casa.
Entonces, todo fue grito.
Inútil,
sin sentido,
buscaba en los rincones.
No estaban ya mis lentes,
tampoco esa agenda llena de garabatos;
y mucho menos, aquellos libros,
que había atesorado
durante años
(o tal vez siglos).
Desesperado,
tanteaba en el vacío.
Sólo había sombras entre las sombras,
neblinas tormentosas,
palabras enredadas, fiebre y delirio.
De modo tal que creía haber caído,
sin más,
en el infierno.
Pero había algo en mí
que no estaba dispuesto
a entregar mis invisibles pertenencias
al calor impiadoso de ese fuego.
Y resistí.
Hasta que al fin,
sorteando como pude las misteriosas dagas
de aquella turbia e inquietante pesadilla,
llegó la calma;
cuando entre sueños, vivé o aullé
al encontrar y retomar
el hilo de aquella otra realidad
que afuera, sudado, me esperaba.
Y cabeceando frente a la pantalla
desorientada de mi computadora,
descubrí que el poema que escribía,
en plena oscuridad,
apenas comenzaba.
*De CONJURO VERTICAL
Derechos reservados
En voz bien alta
Dedicado al auxiliar Rubény a la Vicedirectora Sandra
de la Escuela Nº 49 de Moreno
Estoy aturdido, compañeros.
El cimbronazo se ha asemejado
a los peores temblores
que todavía guardo en la memoria,
como si fuera un relicario,
para que nunca jamás pueda olvidarlos.
Tengo dolor.
Ese dolor que proviene
de las entrañas mismas del ocaso.
Pero a decir verdad,
me cuesta mucho ser Poeta en estos casos,
porque las palabras, por más que quiera,
a veces no alcanzan
para surcirnos el alma lastimada
y curarnos.
Podría decir, acaso, que ese mismo dolor
me ha arrebatado todos los colores de repente,
como si fuera un nubarrón insoslayable
que me ha dejado una lágrima
aquí, cortándome los labios.
Pero no basta.
Compañeros míos, yo se los juro...
Aunque parezca imposible,
nunca me los crucé en mi vida,
pero, igualmente, los conozco.
Porque también he visto,
a pesar de las distancias, una y otra vez
lo que ha visto la agonía de sus ojos.
Pero no basta.
Porque el dolor hoy me ha dejado aquí,
temblando,
en el silencio amargo de la noche,
mirando la luna triste y desolada,
tratando de encontrar la calma...
como si fuera un nubarrón insoslayable
que me ha dejado una lágrima
infinita, cortándome los labios.
Pero No. Eso no basta.
Siento un océano de acero en la garganta.
Habrá que repetir sus nombres,
una y mil veces, hasta el hartazgo.
Para que se sellen para siempre
en la memoria de todos los hombres y mujeres
que hoy, más que nunca, los abrazan.
Habrá que perforar los tímpanos
de los oídos sordos
en una sola voz que estalle en ecos.
Habrá que insistir hasta alcanzar
los mismos sueños
que esos dos ángeles tuvieron.
Habrá que decir Rubén.
Habrá que decir Sandra...
Así, desatando los nudos, las mordazas.
Habrá que repetir sus nombres
hasta el hartazgo.
Sin miedo, en voz bien alta.
*De CONJURO VERTICAL
Derechos reservados
Preguntas 2 (Fronteras)
¿Cuál es mi barrio?
¿Qué límites lo extinguen, lo amplían, lo condensan?
¿Cuáles son acaso sus fantasmas? ¿Tienen un nombre?
¿Por dónde habitan, si es que habitan todavía?
¿Cuál es su sol? ¿Cuál es su niebla?
¿Qué calles lo acorralan?
¿Cómo es la sombra que a veces lo amenaza?
¿Qué estrellas atesora?
¿Quién reza esperanzado en sus iglesias?
¿A dónde van los rostros invisibles y visibles que lo pueblan?
¿Cuál es su grito?
¿Cuál es su aullido de animal en la tormenta?
¿Tiene un color? ¿Tiene un olor?
¿Tiene una forma descifrable que lo llena?
¿Cómo es al tacto? ¿Cómo se escucha cuando canta?
¿Cómo es que llora cuando llora?
¿Cómo es que baila cuando hay luna?
¿Cómo es el viento que lo sopla?
¿Y cómo es, aquí o allá, el espejo dudoso que lo nombra?
Mi barrio es también esas respuestas que no tengo.
Pero completo con historias soñadas o inventadas.
Mi barrio nace y se rehace en los recuerdos
que abrigo como nadie en algún rincón del pecho.
Yo pertenezco
a ese mismo barrio que no tiene fronteras,
donde tan sólo las palabras,
la poesía y la utopía son las únicas certezas.
Y eso lo convierte en un lugar ineludible
de esperanza y resistencia.
*De CONJURO VERTICAL
Derechos reservados
A mi padre
gigante noble,
buey en fuerza,
hombre honesto,
entre las leyes
de los pobres,
que hoy
ha tejido su traje,
con pedacitos
de flores.
Adiós mi Padre,
al roble intenso
de ese árbol
que ha crecido
entre las piedras
más preciadas
del otoño;
para legarnos
con hechos
las palabras
necesarias,
que habremos
de guardar
en el recuerdo
como sostén
y tesoro.
Adiós mi Padre,
adiós al hombre,
a ese martillo
incansable,
que, a pesar
de la tormenta,
ha construido
el milagro
de una estrella
que llevará
su nombre.
Adiós mi Padre,
gigante noble,
buey en fuerza,
héroe en tierra
y regocijo,
de aquí en más,
en la casa
de los dioses.
Que el viento
guarde tu eco.
Que el sol
te llene de honores.
Adiós mi Padre.
Adiós mi viejo.
Aquí queda
la grandeza
de tu siembra,
el acero
de tu musa,
el abrazo
indescriptible
que hace nido
entre nosotros.
Adiós mi Padre.
Adiós de adioses.
Que el río
cure las penas.
Que el tiempo
salve tu nombre.
Y bienvenido
sea el viaje,
que te lleva
como un ave
al Jardín
de los Gigantes.
Adiós mi Padre.
Adiós al hombre,
que hoy
ha tejido su traje
con pedacitos
de flores.
*De EL ECO DE LAS HORAS
Derechos reservados
Los condenados
1
Huellas de barro se clavan a lo largo del camino,
y un alma torpe se abre paso entre la niebla.
(huye)
El ruido de su sombra lo delata
entre las ramas fugitivas que se quiebran.
(oye)
Los perros rastreros desgarrando sus gargantas;
mientras los búhos son testigos de la escena.
2
Por aquí –dice el cazador, en medio de la oscuridad–
porque la mierda siempre huele a mierda.
(para internarse, como un demonio, en la maleza)
3
(sufren)
En aquel bosque, una vez más, la historia se repite:
por la ceguera sin final del hombre que persigue
y la vehemente resistencia de ese otro que se niega.
4
(saben)
Por más que pasen los años, persistirá la leyenda,
(asumen)
su condición de fantasmas, atrapados en el tiempo,
en un mundo sin sentido dando vueltas y más vueltas.
5
(ruegan)
Quizás alguien rompa la condena de ese libro;
es que se han huido y matado tantas veces,
que a esta altura de la historia todo se confunde.
(dudan)
En ese círculo que comienza y termina inagotable,
ya ni siquiera ninguno se pregunta como antes...
quién es ahora realmente el perseguido,
(ignoran)
por qué lo hacen, tan sólo se repiten...
6
Entonces, sobre el final del poema, el cazador dispara,
la abuela se libera de su cárcel, el lobo acepta su destino;
mientras que, a un costado del camino, una niña pequeña,
envuelta en su manta colorada, se ríe, como una hiena,
a carcajadas.
*De EL ECO DE LAS HORAS
Derechos reservados
En ese inicio sin final
fue, es y será la Poesía. Su boca elemental,
el fuego de las ninfas, la fiebre en lanza
que acude en celo a la garganta enrarecida,
indómita en palabras, a intenso grito vivo,
para que su alma entera pueda incrustarse,
sedienta como un ave, en el silencio preciso,
haciéndolo estallar y rebotar en cientos de
miles de metáforas, por cierto, inesperadas.
En ese inicio sin final, Ella ha nacido, nace
y nacerá, con esa furia divina, fiel a su designio,
para dar cuerda a los torpes relojes del Poeta,
que, abriendo su cruz, le ofrecerá sin vacilar
la sangre-miel de todos sus paisajes, y aún más,
cuando la frágil geografía que vea en esos ojos
le pertenezca y, entonces, se lleve las huellas
de los versos que han querido hacerse en vuelo.
Única y total. No importa el tiempo o el lugar,
coleccionando cada imagen, Ella siempre estará
como si fuera ésta la más preciada de las perlas,
para darnos un espacio en su noble relicario
o acaso abrirnos por un rato su caja de Pandora;
para luego acariciarnos el cuerpo hasta llorarnos,
al igual que en el principio de todos los principios,
marcándonos el cuero
con la palma inefable
de su lengua.
*De PAISAJES DEL DESTIEMPO
Derechos reservados
Con las piedras de tus manos
A Olga Orozco
Retroceder la muerte, a como dé lugar,
doblando el tiempo.
Siempre supiste que el muro estaba ahí
para romperlo y hacerlo añicos.
Pues, con las piedras que heredaste de tus padres,
habrías de reescribirlo,
reconstruirlo a mares, hurgando en el pozo insaciable
de cada tierra que pisaste,
con el asombro del mar de la Bahía
o con el furor en canto de la vanguardia
que crecía y explotaba,
como un volcán incomprensible,
en Buenos Aires.
Sangrar cada suspiro,
tergiversando el ritmo aparente de las horas,
para no dejar que el silencio diga más,
de lo que uno considera necesario.
Así, de lejos, renacerías una y otra vez
alimentándote de lleno con un sinfín de magias,
las que venían por boca de tu abuela,
esa fuente inagotable de relatos y artimañas,
las que sembraron los franceses, los ismos,
o los imponentes vientos de La Pampa.
Sería en esas marcas, llenas de rostros,
eclipsadas de lugares, de aquí o allá,
intensas de amistades, de pérdidas y amores,
donde al fin harías tu nido.
Y desde allí,
con don de musa terreno-celestial,
escribirías ese libro sin final
que cruzaría los límites del alba,
para que cada verso se haga cielo con su vuelo,
inventando todas sus estrellas y sus sombras
con las piedras calientes de tus manos.
*De PAISAJES DEL DESTIEMPO
Derechos reservados
El legado del viento
A Mariano Turko
Amigo mío,
ahora que ha partido tu carruaje,
que eres tú quien abrió esa oscura puerta indescifrable,
¿qué nos queda?
¿Quién llenará el vacío de palabras huérfanas
que has dejado junto al río?
¿Alguien recogerá este racimo de versos y plegarias,
que ha quedado aquí temblando?
¿O acaso se hará cargo de cantarle a las ausencias,
cuando esa misma sombra te ha alcanzado?
Amigo mío, pienso y respiro... Me queda un cielo,
porque sé que nadie mejor que el viento protegerá tu legado.
Él juntará, cálidamente, cada sensible retazo.
Removerá entre el follaje los recuerdos.
Abrazará sus raíces, sus hojas suaves, sus tiernos tallos.
Viajará a tu infancia, recorrerá llanuras, trepará colinas
y buscará en las casas, para salvar el tiempo
que alguna vez se volvió fuego, como una herida abierta
clavada en lo más hondo de mi memoria.
Pero de ser preciso,
recurrirá también al polvo de la noche, a la tiniebla
que ha quedado acumulada con los años.
Pues nada quedará, por esta vez, librado al azar...
El viento se alzará con todo lo recogido entre sus manos,
y luego soplará bien fuerte,
para caigan como una lluvia milagrosa
absolutamente todos los momentos
imborrables
de tu Historia.
*De PAISAJES DEL DESTIEMPO
Derechos reservados
Atemporalidades
atravesando
un mar de llamas imprecisas
o de dudas.
Se abren
camino en plena eternidad,
porque hay algo
incomprensible que los guía.
Son ellos... Cómo negarlos,
si nada ni nadie puede hacerlo.
Son ellos,
los siempre inconfundibles
y salvajes caballos del tiempo.
No sé si relinchan o gritan,
pero nada los detiene;
sus pezuñas muerden el barro
incandescente
y el lodo amargo estalla,
dejando sus miserias al costado
del camino.
Tiran con fuerza
sus lomos del carruaje más pesado,
en el que cargan todos
y cada uno
de los inciertos de la Historia.
Son ellos, nosotros mismos.
Los que jamás comprenderemos
que hay más allá
del lodo que pisamos.
*De PAISAJES DEL DESTIEMPO
Derechos reservados
Memorias del paisaje
Nada ni nadie está a salvo de perderse para siempre en el olvido. Porque el olvido llega, tarde o temprano, como una daga inevitable, quedando sólo algún retazo impreciso de lo que fue o lo que fuimos.
Él lo sabía... Y, en todo caso, lo único que quería, era simplemente engañar al tiempo, retener al menos un pequeñísimo puñado de recuerdos para seguir sobreviviendo y alejar un poco a aquellas sombras que a toda hora lo acechaban...
Por eso, hacía más de una década que antes de acostarse realizaba el mismo ejercicio, el de recordar el paisaje de su casa natal. Aunque elegir los colores más adecuados nunca había sido una tarea sencilla, ya que cualquier imprecisión podía abrir el camino hacia la fatalidad de perder por completo ese recuerdo que todavía atesoraba. Así que cada vez que empezaba, para no olvidar ningún detalle, ponía todo su esfuerzo...
Abajo: el pasto alto y salvaje, salpicado de aquellas flores silvestres de colores impensados, clavadas en la tierra fértil, con olor a estiércol y entregadas a la dulce humedad del rocío, para luego abrirse y dejar paso a un sendero inundado de soledades en un mar de piedras firmes...
A un costado: un viejo árbol, regalando su sombra ancha, y la hamaca de la infancia colgando de aquella rama, muy cerca de aquel potrillo pastando entre los perros dóciles y el canto de la mañana...
En el otro: el viento... ese suave viento... como si sólo en ese lugar soplara...
Atrás: un horizonte de río...
Arriba: el cielo mágico, con su azul perfecto y sus nubes náufragas...
Y justo en el centro: esa humilde casa... pequeña, de tierna madera, tan simple, tan suya y tan
necesaria...
¿Pero qué había adentro de esa casa?
¡Había tantas cosas! Y a cada una de ellas, como si el tiempo no hubiese pasado, la sentía igual de cercana... Porque detrás de aquella puerta estaba todo lo que amaba: el calor de ese hogar a leña, el gato gordo y manso que él acariciaba, el rostro honesto de su padre frente a “el arradio”, el llanto de leche de su hermana y las manos arrugadas de su abuela tejiéndole sin pausa una bufanda. Mientras los ojos iluminados de su madre solían mirar, profundos e imperturbables, a través de la
ventana.
Todo eso -y mucho más- se obligaba a recordar y, felizmente, recordaba. Hasta que un día, cuando quiso ir un poco más allá, intentando rescatar alguna imagen de lo que había sido su cuarto, sucedió lo impensado...
En la quietud de la noche, después de abrir la puerta despacio, temeroso de no poder encontrar allí lo que buscaba, miró a su alrededor y descubrió que todo estaba en su sitio...
La cama entrañable con la colcha azul de lana, justo enfrente de esa ventana, donde la luna parecía detenerse cada noche para cantarle una dulce “canción de nana”; la mesita de luz que le hizo su abuelo, de la misma madera que esa biblioteca repleta de historietas y libros heredados; la pelota de cuero que le regalaron para su cumpleaños, descansando en un rincón con restos de pasto y barro; la repisa de caña, donde se fueron acumulando los adornos y las chucherías sin importancia; la cómoda, llena de ropa prolijamente doblada; la humedad de un dócil espejo amurado; la locomotora de un tren en desuso, un muñeco nuevo, cartas, dados y otros juegos, adentro de aquel enorme baúl que con su hermano revolvían a diario...
Nada parecía haber cambiado. Su recuerdo era casi exacto. Pero, igualmente, había algo que no le cerraba.
Entonces, miró de nuevo. Y al darse cuenta dónde estaba la falla, con el puño cerrado y casi lastimándose las manos de tanto apretar toda esa rabia, se maldijo... Un color, apenas un simple color le faltaba; y no podía creer cómo justo a él, que todos los días se empeñaba en retener vivo
aquel pasado, de pronto, se le había escapado.
¿De qué color era esa luna que por la noches miraba? Sí, era imponente, asombrosa e iluminada... Pero reconocer apenas eso, no le bastaba. Quería recordar la imagen precisa. O mejor dicho, necesitaba con urgencia recordarla. Era importante para él, no perder de aquella infancia absolutamente nada.
Por eso, pensó y repensó en ella mil veces. Y se imaginó otra vez con cuerpo de niño, en aquella habitación, recostado en su cama, mirando entre sueños toda su grandeza a través de la ventana.
Al fin lo recordaba bien, no era de nieve ni de algodón, como en los cuentos de hadas. Era simplemente una luna blanca, pura, real, pero única, la que aún recordaba.
Entonces, apenas logró su cometido, respiró todo el alivio de sentirse una vez más a salvo de los fantasmas de la noche, de la adultez presente y de los miedos de encarar mañana un nuevo día.
Felizmente, su ritual nocturno había casi terminado. Sólo le quedaba, antes de irse a dormir, abandonar la soledad de aquel living, apurar su copa de vino y dirigirse al cuarto de su hija para darle un dulce beso en su frente entredormida. Y luego, acomodándole la vieja y conocida colcha azul de lana, desearle desde lo más profundo que a ella el tiempo no le sea tirano.
Después de todo, uno nunca sabe en qué momento, dónde o cuándo, puede llegar a necesitar de la caricia de un paisaje o de un recuerdo. Aunque este a veces llegue como un ángel impreciso y a destiempo.
*De PAISAJES DEL DESTIEMPO
Derechos reservados
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De ALAR, poemas
(Selección)Umbral
Nací, nació.
Él, Yo... la criatura, que pujó y raspó sus tiernas sienes
abriéndose paso
por el canal sufrido que llevaba al mundo
de mi madre, la inmigrante,
la despojada de la España de posguerra.
Grité, gritó. Ella, tras el golpe. La explosión. La marca
en mis nalgas blancas, ochomesinas.
Así nací, nació.
Él, Yo... el heredero de mi padre campesino
devenido en comerciante,
que conoció el amor
en medio de un poblado despoblado,
inventado por la llegada de los rieles británicos
que alimentaban el clamor y el espejismo magro
de una Argentina
que pretendía transformar los vientos pampeanos
en aires europeos.
Así nací. Nació. Él... Yo,
años después, en un abril de una ciudad portuaria.
Allí gritó mi boca. Mi cuerpo pataleó.
Fuera de su refugio, de ese calor primario.
Y busqué, buscaron... mis labios húmedos,
mi calva transpirada,
en medio de la oscuridad, con mi ceguera primitiva,
el regocijo de esa teta, que, ansiosamente, me esperaba.
Hasta que la piedad de la partera, al fin, me dejó a salvo
en el regazo celestial
abriéndose paso
por el canal sufrido que llevaba al mundo
de mi madre, la inmigrante,
la despojada de la España de posguerra.
Grité, gritó. Ella, tras el golpe. La explosión. La marca
en mis nalgas blancas, ochomesinas.
Así nací, nació.
Él, Yo... el heredero de mi padre campesino
devenido en comerciante,
que conoció el amor
en medio de un poblado despoblado,
inventado por la llegada de los rieles británicos
que alimentaban el clamor y el espejismo magro
de una Argentina
que pretendía transformar los vientos pampeanos
en aires europeos.
Así nací. Nació. Él... Yo,
años después, en un abril de una ciudad portuaria.
Allí gritó mi boca. Mi cuerpo pataleó.
Fuera de su refugio, de ese calor primario.
Y busqué, buscaron... mis labios húmedos,
mi calva transpirada,
en medio de la oscuridad, con mi ceguera primitiva,
el regocijo de esa teta, que, ansiosamente, me esperaba.
Hasta que la piedad de la partera, al fin, me dejó a salvo
en el regazo celestial
de esa mujer total, que era mi madre.
Mientras esa señora omnipresente, llamada Poesía, nos miraba
desde un rincón incierto de la sala,
a mí y a él, a esos extraños,
a través de sus cristales infinitos, y con enorme desconfianza.
Así nací. Nació. Él, Yo... Ése que es Éste, fusionado
en el mismo simple ser humano.
Así, como otros tantos.
De niebla y sol. De arena en movimiento.
Envuelto en la divina imperfección, que nos define a cada rato.
Así, pichón de soñador.
Condenado para siempre al misterio existencial.
Con todo por hacer; con todo por temblar.
Mientras esa señora omnipresente, llamada Poesía, nos miraba
desde un rincón incierto de la sala,
a mí y a él, a esos extraños,
a través de sus cristales infinitos, y con enorme desconfianza.
Así nací. Nació. Él, Yo... Ése que es Éste, fusionado
en el mismo simple ser humano.
Así, como otros tantos.
De niebla y sol. De arena en movimiento.
Envuelto en la divina imperfección, que nos define a cada rato.
Así, pichón de soñador.
Condenado para siempre al misterio existencial.
Con todo por hacer; con todo por temblar.
Así rompí... rompió … y rompimos el cristal de aquel umbral:
Él... Yo... y también Ella...
con todas nuestras páginas en blanco.
Pretexto
Será que crecí torcido, o descosido de horas;
con un desatino de sol y un gusto, casi excesivo,
por buscar, desesperado, las hebras invisibles de las cosas.
Será eso, pienso yo, porque no tengo otra razón,
que pueda justificar esta terca necesidad,
divinamente monstruosa, de ver mi sombra erizada,
debatiéndose alocada, entre el cielo y sus vampiros,
tratando de encontrarle un sentido a este paisaje tramposo,
que, plagado de espejismos y raíces bifurcadas,
a veces, me condena a conocer las penumbras de una cueva,
y otras tantas, de pronto, me abre las puertas
de imponentes e impiadosos paraísos.
Será por eso, pienso yo, será que crecí torcido,
que voy tropezando en el viento,
como un ángel de alas rengas, con las heridas cuajadas.
Y así avanzo, lentamente, con alma de bicho raro,
desarmándome y rehaciéndome sin pausa,
siempre a fuerza de utopías y palabras;
y voy llevando a todos lados,
en mi vieja y oxidada carretilla imaginaria,
un sinfín de Fe de Erratas y de versos magullados.
Aunque también cargo en ella un puñado bienvenido
de cielitos y de vagas y sutiles esperanzas.
(Algunos dicen que ese otro ha mutado,
pero sigue siendo el mismo.
Soy testigo necesario de esos hechos.)
Será por eso, pienso yo, será que crecí torcido...
que todavía creo en lo que creo,
que todavía tiemblo cuando escribo,
que todavía sudo cuando sueño.
Sí, debe ser por eso...
que todavía entrego mi voz al viento,
que todavía canto y descanto,
que todavía canto a destiempo,
atravesando la noche, como un loco apasionado,
siempre ansioso de encontrar entre la niebla
una palabra descalza, o algún verso tiritando,
en el cráter milagroso del silencio.
Desclasificación de los poemas
Saltemos la cerca,
porque toda clasificación es arbitraria.
Obviemos, de momento, los estigmas
que maceran en las venas de todo formalismo.
No hablemos de estructuras,
de romances, versos libres o sonetos;
hagamos un recreo.
Hablemos de esos versos catatónicos,
o de los melosos que bordean las cornisas del hastío;
de los poemas deshilvanados de noches;
de las palabras que acarician las costillas de las nubes;
de los versos con rimas pedantes, excesivas, sin sentido;
de las que no tienen padre… ni madre, fuego ni frío.
Hablemos de desclasificar a esas islas sin mapa
y abracemos, sin más, a esos barcos
que no tienen cuándo, ni dónde, gobierno y destino.
Descompaginar
Descompaginarse es cosa seria:
no basta con romperse la vértebra del Yo
frente al espejo,
ni ironizarse entre los pliegues del silencio.
Descompaginarse es otra cosa:
es dejarse desarmar sin demasiado protocolo,
para que las astillas y los vidrios desalmados
sean náufragos de su propia tempestad;
es dejar de reclamarle un poco de piedad
a los ojos tuertos de los dioses,
tratando de encontrar un tótem decadente
en medio de la nieve.
Descompaginarse es otra cosa:
es echarse a andar entre las fiebres,
sin agendas, brújulas fingidas, ni pretextos.
Descompaginarse es, también, un nacimiento.
No lo dudó:
me disparó su olvido
en la mediatriz de los días
que no tienen nombre.
Entonces
un verbo me astilló la nuca
y el silencio comenzó a caer
a borbotones.
Creo que tuve suerte,
no me salvé de milagro.
es dejarse desarmar sin demasiado protocolo,
para que las astillas y los vidrios desalmados
sean náufragos de su propia tempestad;
es dejar de reclamarle un poco de piedad
a los ojos tuertos de los dioses,
tratando de encontrar un tótem decadente
en medio de la nieve.
Descompaginarse es otra cosa:
es echarse a andar entre las fiebres,
sin agendas, brújulas fingidas, ni pretextos.
Descompaginarse es, también, un nacimiento.
Inflexión
No lo dudó:
me disparó su olvido
en la mediatriz de los días
que no tienen nombre.
Entonces
un verbo me astilló la nuca
y el silencio comenzó a caer
a borbotones.
Creo que tuve suerte,
no me salvé de milagro.
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De MELODÍAS RECOBRADAS, poemas
(Selección)
Retornos
Cicatrizo el silencio hablado,
en el insólito hospital de mi escritorio.
Me coso el miedo
que aún supura
en la vértebra aguda de la penumbra del día.
La vida
insiste en parirme a cada rato,
y no desisto a ser semilla.
Por eso,
como si fuera un fuego precoz,
simplemente la recojo y me la entierro,
hasta gritar sin gritar
en el centro insaciable
de ese futuro
rompecabezas.
Florecen
hierbas salvajes
en cada rincón de lo improbable.
Truenan las teclas del alma.
En el nuevo laberinto, comienzo a caminar.
en plena madrugada,
me latió un color
y se coló
en mi fiebre,
cuando los verdes
y naranjas escaseaban.
Fue llama
en el subsuelo
del silencio.
Y me abrazó en los labios
vencidos,
desmayados...
todas las lavas
que había
en aquel volcán lejano,
cielando estigmas
del pasado,
y haciendo flores
en las duras y enquistadas
cicatrices.
No la nací. Ni me nació.
Fue atril de nubes,
una música de luna,
solfeando
las blancas y las negras,
descifrando
las corcheas invisibles...
en la extraña
partitura del alma.
Truenan las teclas del alma.
En el nuevo laberinto, comienzo a caminar.
Intersticios
Atril de nubesen plena madrugada,
me latió un color
y se coló
en mi fiebre,
cuando los verdes
y naranjas escaseaban.
Fue llama
en el subsuelo
del silencio.
Y me abrazó en los labios
vencidos,
desmayados...
todas las lavas
que había
en aquel volcán lejano,
cielando estigmas
del pasado,
y haciendo flores
en las duras y enquistadas
cicatrices.
No la nací. Ni me nació.
Fue atril de nubes,
una música de luna,
solfeando
las blancas y las negras,
descifrando
las corcheas invisibles...
en la extraña
partitura del alma.
Clavos
Nos martillamos un invierno en cada pie,
y lo hicimos
tan terriblemente bien
que algunas flores
temían sus colores,
su altar de fruto,
su semillar de mundo.
Nos habíamos clavado nuestras nieves
más crueles
en las costillas de las palabras.
Nos habíamos olvidado
de temer lo que vale la pena,
de desatar los inviernos en la primavera.
Nos habíamos desmartillado el crecer.
Noche tatuada
Texto escrito con Laura MárquezBrotaron sapos de impúdicas lenguas;
todo se llovió,
me arañaron hasta las letras
una noche tatuada en el fondo de mis ojos,
que se hizo barro y escapó la luna
en el verso-tajo de pájaros en mi pecho,
desde esa voz que nació muriendo,
arisca de constelaciones,
insisto en parir otros soles que me llaman
Impresiones
En un instante que roza lo absoluto,
lamer la concavidad de un alma
puede detener el mundo.
Entrega
No se negó... ni me negué.
Su cuerpo olía a sepia
noble-atemporal,
deseoso de latidos.
Cedió... y cedí
ante esa piel que se abría,
como una mariposa temblorosa,
dócil al tacto de las yemas,
inquietantemente lentas,
que la recorrían de cabeza a pies-cabeza,
hasta llegar al éxtasis total,
que nos dejaba mudos
y, al mismo tiempo, estallados de palabras.
Sólo una lámpara fue testigo.
Ayer,
hice el Amor con un libro.
Patria
Mi Patria es la poesía.
Amo su tierra índiga,
su flora insomne,
su fauna inmortal
y decidida.
El sexo etéreo de sus silencios.
Sus ingobiernos de tiempo.
Todas sus infronteras
son mi Patria.
Mi Patria es la Poesía.
Lluvias
Tronemos.
Nademos en los labios
de una gota de lluvia.
Volvámonos relámpago.
Que el chaparrón nos lave
los miedos
y el alud derribe
la casa de las heridas.
No lo dudemos:
tronemos.
Seamos un poema
sin paraguas.
Micropoema II
Te cambio tu bala
por un poema.
Al fin y al cabo,
de qué te sirve tu guerra,
si ningún fusil
dispara alas.
*Derechos reservados 2023
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