ALAR

-Selección-


UMBRAL


Nací, nació.

Él, Yo... la criatura, que pujó y raspó sus tiernas sienes

abriéndose paso

por el canal sufrido que llevaba al mundo

de mi madre, la inmigrante,

la despojada de la España de posguerra.

Grité, gritó. Ella, tras el golpe. La explosión. La marca

en mis nalgas blancas, ochomesinas.

Así nací, nació.

Él, Yo... el heredero de mi padre campesino

devenido en comerciante,

que conoció el amor

en medio de un poblado despoblado,

inventado por la llegada de los rieles británicos

que alimentaban el clamor y el espejismo magro

de una Argentina

que pretendía transformar los vientos pampeanos

en aires europeos.

Así nací. Nació. Él... Yo,

años después, en un abril de una ciudad portuaria.

Allí gritó mi boca. Mi cuerpo pataleó.

Fuera de su refugio, de ese calor primario.


Y busqué, buscaron... mis labios húmedos,

mi calva transpirada,

en medio de la oscuridad, con mi ceguera primitiva,

el regocijo de esa teta, que, ansiosamente, me esperaba.

Hasta que la piedad de la partera, al fin, me dejó a salvo

en el regazo celestial

de esa mujer total, que era mi madre.

Mientras esa señora omnipresente, llamada Poesía, nos miraba

desde un rincón incierto de la sala,

a mí y a él, a esos extraños,

a través de sus cristales infinitos, y con enorme desconfianza.

Así nací. Nació. Él, Yo... Ése que es Éste, fusionado

en el mismo simple ser humano.

Así, como otros tantos.

De niebla y sol. De arena en movimiento.

Envuelto en la divina imperfección, que nos define a cada rato.

Así, pichón de soñador.

Condenado para siempre al misterio existencial.

Con todo por hacer; con todo por temblar.

Así rompí... rompió … y rompimos el cristal de aquel umbral:

Él... Yo... y también Ella...

con todas nuestras páginas en blanco.



PRETEXTO


Será que crecí torcido, o descosido de horas;

con un desatino de sol y un gusto, casi excesivo,

por buscar, desesperado, las hebras invisibles de las cosas.

Será eso, pienso yo, porque no tengo otra razón,

que pueda justificar esta terca necesidad,

divinamente monstruosa, de ver mi sombra erizada,

debatiéndose alocada, entre el cielo y sus vampiros,

tratando de encontrarle un sentido a este paisaje tramposo,

que, plagado de espejismos y raíces bifurcadas,

a veces, me condena a conocer las penumbras de una cueva,

y otras tantas, de pronto, me abre las puertas

de imponentes e impiadosos paraísos.

Será por eso, pienso yo, será que crecí torcido,

que voy tropezando en el viento,

como un ángel de alas rengas, con las heridas cuajadas.

Y así avanzo, lentamente, con alma de bicho raro,

desarmándome y rehaciéndome sin pausa,

siempre a fuerza de utopías y palabras;

y voy llevando a todos lados,

en mi vieja y oxidada carretilla imaginaria,

un sinfín de Fe de Erratas y de versos magullados.

Aunque también cargo en ella un puñado bienvenido

de cielitos y de vagas y sutiles esperanzas.


(Algunos dicen que ese otro ha mutado,

pero sigue siendo el mismo.

Soy testigo necesario de esos hechos.)


Será por eso, pienso yo, será que crecí torcido...

que todavía creo en lo que creo,

que todavía tiemblo cuando escribo,

que todavía sudo cuando sueño.

Sí, debe ser por eso...

que todavía entrego mi voz al viento,

que todavía canto y descanto,

que todavía canto a destiempo,

atravesando la noche, como un loco apasionado,

siempre ansioso de encontrar entre la niebla

una palabra descalza, o algún verso tiritando,

en el cráter milagroso del silencio.



DESCLASIFICACIÓN DE LOS POEMAS


Saltemos la cerca, 

porque toda clasificación es arbitraria.

Obviemos, de momento, los estigmas

que maceran en las venas de todo formalismo.

No hablemos de estructuras,

de romances, versos libres o sonetos;

hagamos un recreo.

Hablemos de esos versos catatónicos,

o de los melosos que bordean las cornisas del hastío;

de los poemas deshilvanados de noches;

de las palabras que acarician las costillas de las nubes;

de los versos con rimas pedantes, excesivas, sin sentido;

de las que no tienen padre… ni madre, fuego ni frío.

Hablemos de desclasificar a esas islas sin mapa

y abracemos, sin más, a esos barcos

que no tienen cuándo, ni dónde, gobierno y destino.



DESCOMPAGINAR


Descompaginarse es cosa seria:

no basta con romperse la vértebra del Yo

frente al espejo,

ni ironizarse entre los pliegues del silencio.

Descompaginarse es otra cosa:

es dejarse desarmar sin demasiado protocolo,

para que las astillas y los vidrios desalmados

sean náufragos de su propia tempestad;

es dejar de reclamarle un poco de piedad

a los ojos tuertos de los dioses,

tratando de encontrar un tótem decadente

en medio de la nieve.

Descompaginarse es otra cosa:

es echarse a andar entre las fiebres,

sin agendas, brújulas fingidas, ni pretextos.

Descompaginarse es, también, un nacimiento.


INFLEXIÓN


No lo dudó:

me disparó su olvido

en la mediatriz de los días

que no tienen nombre.

Entonces

un verbo me astilló la nuca

y el silencio comenzó a caer

a borbotones.

Creo que tuve suerte,

no me salvé de milagro.



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